La historia de Arlene

La historia de Arlene

Una mujer confiesa su camino desde la contracepción a los métodos naturales

La contracepción y el control de la natalidad se convirtieron en un problema para mí cuando me estaba preparando para el matrimonio. ¿Qué iba a hacer para evitar los hijos? En aquella época la píldora estaba muy de moda, y parecía ser la respuesta al problema de todo el mundo. Usualmente la esposa asumía la carga del control de la natalidad. Yo realmente no sabía qué iba a hacer. Me sentía atrapada. Parecía que no había otra salida, así que justifiqué en mi mente la contracepción y dejé que mi consciencia me dictara el uso de la píldora. ¡Ojalá hubiera tenido una consciencia mejor informada! Es extraño que dejara que mi consciencia me dijera que estaba bien usar la píldora… ¿pero, fue realmente mi consciencia?

Yo tenía mis reservas con el control de la natalidad, especialmente por las enseñanzas de la Iglesia y el temor a los efectos secundarios. Recuerdo que le pedía a Dios: “Por favor, Dios, déjame tener mis hijos y luego permite que pase algo para que no tenga que lidiar más con el control natal.” Rezaba por una histerectomía o alguna otra solución. No comprendía el regalo de mi fertilidad. Me alegro de haber sobrevivido los efectos de la contracepción, sé que muchos no son tan afortunados.

Yo culpaba a la Iglesia por mi incomodidad con la contracepción. Sentía que la Iglesia era injusta cuando me decía qué usar o no usar para planificar la familia. Pensaba: “Esos que tienen la autoridad en la Iglesia, no están casados, ¿cómo pueden saber qué significa estar casado? ¿Quiénes son ellos para aconsejar en estos asuntos? Sentía que en cuanto al matrimonio y la sexualidad ellos no tenían autoridad para hablar, dirigir o aconsejar a nadie. ¡Que poco entendía yo del asunto…!

En los años ’60 había mucha expectativa… la gente pensaba que la Iglesia aceptaría la píldora y que todos seriamos más felices. La Iglesia no cambió sus enseñanzas en contra de la contracepción y la esterilización. Para aquellos que no escucharon a la Iglesia, la pregunta es ¿fueron o son ahora más felices? Yo no.

Mi esposo y yo usamos contraceptivos hasta que planificamos nuestro primer bebé…Sentía que tenía que usarlos. No quería estar embarazada todo el tiempo. Me sentía frustrada. Mis concepciones erradas de lo que era la Planificación Natural de la Familia eliminaron esa opción para mí.

Mi esposo ignoraba la tremenda angustia por la que yo estaba pasando con el uso de la contracepción. Decidí consultar mi problema con un sacerdote. Yo le presenté mi situación al sacerdote, como yo la entendía. Mi esposo no era católico y no usar un método anticonceptivo, le pondría una enorme carga a nuestro matrimonio. Yo esperaba lo peor. ¿Podría acaso hasta costarnos el divorcio? Me senté en aquella oficina del sacerdote llena de miedo, temblorosa y en ocasiones, llorando. ¿Qué se suponía que hiciera el sacerdote? Hasta donde él sabia, yo le estaba dando un informe preciso de mi situación marital. En mi mente, la situación era así de critica.

Sé que el corazón del sacerdote se desbordó en comprensión por mí. Con toda honestidad y compasión, trató de calmar a una joven y temerosa mujer. No recuerdo ahora todas las palabras de consuelo que me dio, ni siquiera si me habló de las enseñanzas de la Iglesia, pero recuerdo estas palabras: “Que el amor sea tu guía.”

Esta sugerencia me pareció bien. Dejar que el amor fuera mi guía. Mi pregunta era, “¿Qué es el amor?” Para esa época de mi vida, amor significaba, no revolcar las cosas, no confrontar, no arriesgarme comunicándole a mi esposo mis luchas. ¿Quién sabe lo que habría tenido que encarar, posible rechazo, hacer el ridículo? Que el amor sea mi guía… Para mí, amor significaba mantener la paz a toda costa. La paz era para mí la ausencia de riesgos, de desacuerdos y confrontaciones. Significaba no comunicar asuntos cuestionables. No importaba cual fuera la lucha interna en mi corazón, mi mente, mi alma.

Desde entonces, he aprendido que en el matrimonio tengo que comunicarme o si no, puedo encontrarme enajenada de mi esposo. No tengo otra alternativa que comunicarme, si quiero que mi matrimonio crezca y florezca. Tengo que arriesgarme, encarar mi miedo y compartir. Esta comunicación, con los años, me ha ayudado a crecer en comprensión y confianza en mi esposo.

“Que el amor sea mi guía” era todo lo que yo necesitaba para justificar en mi mente el uso de la píldora, el DIU, los condones, el diafragma, las jaleas y las espumas. A veces me pregunto que hubiera sucedido si el sacerdote me hubiera dicho: “Esto es lo que la Iglesia enseña…” y me hubiera dejado la responsabilidad a mí? ¿Quién sabe? Quizás me habría ido, juzgando a la Iglesia como pasada de moda y poco comprensiva. Quizás habría juzgado al sacerdote de igual modo. O tal vez hubiera ido de sacerdote en sacerdote hasta que me dijeran lo que yo quería escuchar. Las Escrituras hablan del un día cuando la gente se buscará lideres que les digan lo que ellos quieren oír. Pues llegara un tiempo en que los hombres no tolerarán la sana doctrina, si no que se buscarán maestros a su gusto, hábiles en captar su atención; cerrarán los oídos a la verdad y se volverán hacia puros cuentos. (2Tim. 4,3). Esto era lo que yo estaba haciendo, aunque no estaba completamente consciente de ello. En mi naturaleza humana, yo buscaba justificación y racionalización para no seguir las enseñanzas de la Iglesia. Sólo necesitaba una palabra, una frase que me dijera que la contracepción estaba bien.

Mi esposo y yo usamos contraceptivos hasta que planificamos nuestro primer bebé, y después de su nacimiento usamos contraceptivos hasta que planificamos el segundo. Después del segundo, había que volver a los contraceptivos. Sentía que tenía que usarlos. No quería estar embarazada todo el tiempo. Me sentía frustrada. Mis concepciones erradas de lo que era la Planificación Natural de la Familia eliminaron esa opción para mí.

Cuando regresé a ver al doctor, después de mi segundo bebé, su primera pregunta fue: “¿Qué anticonceptivo vas a usar?” En ese tiempo, los doctores y enfermeras parecían estar haciendo campaña por el DIU, porque la “pastilla milagrosa” (la píldora) estaba causando serios efectos secundarios. Lo nuevo era usar el DIU. Era doloroso cuando lo insertaban y nadie me dijo cómo funcionaba exactamente. No sé si realmente quería saber. Acababa de tener un bebé y no estaba lista para otro. Cualquier cosa que el doctor me recomendara sería aceptable. Yo confié en él. Ahora me sorprende cómo literalmente le confié mi vida a mi doctor. Nunca discutí la moralidad ni con mi medico ni con mi esposo.

Con el tiempo comenzaron a surgir preguntas y aseveraciones acerca del DIU. Recuerdo verme confrontada con que el DIU era abortivo. “No el mío”, me defendí. Realmente creí que el doctor me había dicho que el mío no era abortivo. Creí que yo tenía el único DIU en el mercado que no causaba abortos. Es increíble que pueda ser tan ciega, cuando no quiero ver algo.

Después del nacimiento de mi tercer bebé, el asunto del control natal volvió a surgir. Le pregunté a mi doctor: “¿Causa abortos el DIU?” Él respondió: “Sí, todos causan abortos.” Sabía que no podía usar un DIU nunca más. ¿Qué hice entonces? Me inserté un diafragma.

Como nunca confiamos en la durabilidad de los condones, pensamos que el diafragma con espermicidas sería la respuesta. Había que acordarse de insertarlo si pensábamos que podríamos estar interesados en tener sexo. Si teníamos sexo o no, no era importante, con tal de que estuviéramos preparados. Era muy importante que me acordara de remover el diafragma después de tener relaciones porque si no, podría desarrollar una infección vaginal u otras complicaciones serias.

¿Alguna vez ha considerado usar espermicidas? Es como un insecticida, un químico para matar insectos. Los espermicidas son químicos que matan y destruyen los espermas que son eyaculados en el conducto vaginal. ¿Pensarías en poner insecticida en tu cuerpo, a través de jaleas, espumas y condones? Considera que el espermicida puede dañar o destruir parte del esperma. El esperma atrofiado aún podría fertilizar el óvulo y causar así defectos en el nacimiento, como se recoge en la literatura médica. ¿Por qué arriesgarnos a dañar mi salud o la de nuestros hijos? Si tan solo mi esposo y yo hubiéramos conocido nuestros tiempos fértiles, y hubiéramos usado métodos naturales en vez de contraceptivos, hubiéramos eliminado la posibilidad de ser responsables por algunos defectos de nacimiento y el aborto.

Si el diafragma era un problema, él medico tenía otra solución, la esterilización. Parece que una cosa, lleva a la otra. También contemplamos la esterilización. Resentía tener que someter mi cuerpo al constante ataque de los contraceptivos y sus consecuencias, y mi esposo estaba dispuesto, de mala gana, a hacerse la vasectomía. Había escuchado algunas historias de gente que se había esterilizado recientemente, de lo maravilloso que era tener sexo cada vez que uno quisiera sin tener que preocuparse por el embarazo. También escuché de otros que se habían esterilizado que experimentaban complicaciones, dolor y arrepentimiento; y de algunos otros para los que la esterilización no funcionaba.

Los doctores parecían fomentar la esterilización de la esposa o el esposo. Después del nacimiento de mi tercer bebé, pude haberme hecho la esterilización inmediatamente después del parto. Era fácil, sin complicaciones, nadie se tenía que enterar. Presión… mucha presión… ¿Cuántos de nosotros tomamos decisiones por presión o por un miedo atroz al futuro?

Comencé a cuestionarme. ¿Qué tal si todos nuestros hijos murieran y ya no pudiéramos tener más hijos? ¿Qué tal si más tarde decidimos que quisiéramos tener otro hijo? Yo pensaba que no podía con otro más. En esa época me sentía sin energía. Pensábamos que tres hijos era todo lo que queríamos. Pensábamos que no podíamos mantener más; y pensar en los costos de las universidades nos aterrorizaba.

La batalla sobre el control de la natalidad continuó. A veces pensaba, ¿qué tal si estuviéramos en una guerra y los contraceptivos no estuvieran disponibles? ¿Qué haría la gente? ¿Qué tal si nadie pudiera costear la compra de contraceptivos? ¿Se embarazarían todas las mujeres?

De esa época aprendí que cuando estoy confundida o me siento presionada, no debo tomar decisiones radicales. Oramos acerca del asunto de la esterilización. Eramos jóvenes y teníamos tanto miedo… Entonces nos surgió una pregunta, si la esterilización y la contracepción siempre han sido enseñadas como inmorales, entonces ¿quién cambió? Dios no cambia la verdad de acuerdo con las situaciones. Por una vez dije: No. No quería que mi esposo sufriera las consecuencias de la esterilización. La esterilización podría ser el ventarrón final que destruyera nuestra relación. No sabiendo que hacer, resolvimos usar el diafragma y lo que pudiéramos comprar en la farmacia.

Cuando estaba usando contraceptivos, el temor de los efectos secundarios eran una amenaza constante para mí. Cada vez que veía o sentía algo inusual, iba al doctor. Pensaba que podría ser cáncer. Ahora me doy cuenta de que los efectos secundarios varían de mujer en mujer. Algunas parecen no desarrollar efectos secundarios físicos, ¿quién quiere correrse ese riesgo? Podría ser yo la que muriera de un coágulo sanguíneo, un infarto o el útero perforado. Los efectos secundarios físicos son sólo un aspecto al que temer cuando se usan contraceptivos. También hay efectos financieros, relacionales, espirituales, emocionales, mentales y muchos otros.

Para ese tiempo, nos mudamos a otra ciudad, y comencé a escuchar de la Planificación Familiar Natural. Mientras más escuchaba de la PFN, más parecía cuestionarla. Conocía a parejas que la usaban y algunas tenían familias grandes. Nunca se me ocurrió que algunos de ellos quisieran tener familias grandes.

Un día una pareja que iba a una clase para conocer más sobre su fertilidad (PNF) nos invitó a ir con ellos. Asistimos de mala gana. Hicimos nuestros chistes y bromas mientras nos registrábamos para la clase. Nos motivaba, sin embargo, el deseo de tener una vida sexual más profunda, el deseo de liberarnos de los contraceptivos y el deseo de hacer la voluntad de Dios.

Al principio no estabamos convencidos de que este método fuera para nosotros. Cuando asistimos a la primera sesión, me sentí abrumada con tanta información. Recuerdo que cuestionaba todo, especialmente las reglas. Nadie notó mi actitud crítica, pues la mayor parte de la batalla ocurría en mi mente. Cuando la clase terminó, sentí como si finalmente, y por primera vez, me habían educado e informado acerca de las consecuencias de vivir la mentalidad contraceptiva.

Fue entonces cuando mi esposo y yo decidimos intentar con la planificación familiar natural.

Tomado de la revista Fundamentos, Primavera 2005.